jueves, 9 de diciembre de 2010

Campeón a fuego lento y la dignidad del derrotado

Los torneos sudamericanos tienen esa mística que los hace especiales. Mucho más aún cuando se trata de una final. No importa si uno de los dos equipos es una de las instituciones más laureadas del continente y el otro acaba de descender a la segunda categoría de su país. Tampoco importan los fallos del sistema de competición al disputar el desenlace a doble partido. Cuando en Sudamerica se juega una final, sea del campeonato que sea, todo se detiene. Anoche echó el telón la Copa Sudamericana en su edición de 2010 con el Independiente-Goiás dispuado en Avellaneda. En la ida los brasileños se habían llevado el encuentro y llegaban al Estadio Libertadores con un marcador favorable de 2-0 pero, Independiente, curtido en mil batallas de semejante calibre y con la suerte de su lado, se llevó la eliminatoria y la competición. 

Se esperaba un Independiente mucho más batallador, más alegre en su ofensiva -a pesar de la ausencia del Cuqui Silvera, expulsado en Serra Dourada-, un conjunto que sitiara a su rival en la parcela más próxima a la meta defendida por Harlei. Pero no fue así. El Rojo se adelantó en el choque gracias a la pizarra de ese magnífico entrenador que es Antonio El Turco Mohamed y la definición de un jugador nada habituado a encontrarse en esas lides: Julián Velázquez. Y sólamente tres minutos después apareció el hombre de la Copa, el jugador que llevó a Goiás hasta el último encuentro de la competición: Rafael Moura. O He-Man, como prefieran. Inclinó ligeramente sus 189 centímetros de altura y con un sensacional remate con la testa igualó el marcador. Volvía el mito de las noches de Sudamericana. A partir de ese momento los locales, que se encontraron de nuevo con dos goles de desventaja, no tuvieron más remedio que intentarlo todo a la ofensiva. Y en dos acciones espectaculares antes de llegar al descanso -una por la fortuna y otra por la habilidad de Parra para rematar desde esa posición- igualaron la final. Esta vez sí acertó la organización al no otorgar valor alguno a los goles anotados como visitante.

Los siguientes 75 minutos -los 45 de la segunda mitad y los 30 del tiempo añadido- se le hicieron largos, muy largos a Independiente. Goiás, de la mano de Wellington Saci y Moura, probablemente sus dos mejores hombres junto a Rafael Toloi, estuvo cerca de finiquitar el campeonato. Pero, una vez llegados a los penales, con un arquero de 38 años defendiendo su meta -qué, seamos justos, cuajó una notable Sudamericana- poco más pudo hacer. Se hablará mucho de la vuelta del Rey de Copas, del penal decisivo de un clásico como Eduardo Tuzzio, de la fantástica actuación individial del portero Hilario o de la respuesta de Facundo Parra ante la ausencia de Silvera. En definitiva, se hablará mucho de Independiente. Sí, es normal, son los campeones, pero Goiás merece todo tipo de reconocimiento. En su camino hacia la final dejó en tierra a equipos como Gremio, Peñarol, Avaí y Palmeiras, todos ellos presumiblemente un escalón por encima de la plantilla de Arthur Neto. Pero, ante todo, nos han dado la mejor versión de un jugador que si bien ha explotado tarde, es, a día de hoy, uno de los delanteros más en forma del continente sudamericano. Hablemos de Independiente, lo merecen, pero no nos olvidemos de He-Man Moura y su Goiás.

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