sábado, 30 de octubre de 2010

El ostracismo de Miralem Pjanic

En el verano de 2008 Jean-Michel Aulas, tras destituir a Alain Perrin, confirmaba a Claude Puel como nuevo mánager del Lyon.Y nótese el matiz de la palabra mánager, ya que Aulas, enamorado del trabajo que el de Castres desempeñó en Mónaco primero y en Lille después, le otorgó total libertad a la hora de confeccionar la plantilla, algo que no había hecho con ninguno de sus entrenadores anteriores. El presidente quería construir un proyecto a largo plazo y arriesgó todo en la contratación de la figura de Puel. Era su apuesta personal, para llevarla a cabo había dejado marchar a Perrin, autor del doblete y si el nuevo mánager fracabasa el propio Aulas tendría responsabilidades directas. Puel llegó, y a sabiendas de la libertad económica que poseía se gastó casi sesenta millones de euros en el periodo estival en los fichajes de Lloris, Piquionne, Mensah, Ederson, Makoun y Miralem Pjanic, uno de los productos más interesantes del mercado en el hexágono.

El bosnio, con apenas dieciocho años, ya tenía colgado el cártel de futura estrella. Pero Puel, maestro a la hora de foguear a los jóvenes jugadores -como demostró en el Lille-, no le otorgó la alternativa de repente. No quería agotar al futbolista -física y mentalmente- y para ello distribuyó sus minutos a lo largo de toda la temporada. Dos decenas de partidos y Pjanic ya estaba preparado para ser ese jugador distinto, brillante, el guía de un equipo que por primera vez en siete años veía como se escapaba su dominio a nivel nacional debido a la aparición de otro futbolista talentoso, glamouroso y del país: Gourcuff. La misión de Miralem no era únicamente hacer olvidar a Juninho, sino combatir con esa pequeña joya aparecida a las orillas del Garona y que ponía en serio peligro su consagración como mejor centrocampista ofensivo de Francia. Pero Aulas no le dio esa satisfacción. El presidente sabía que con Francia no bastaba, que era necesario dar el salto definitivo y convertirse en potencia continental. El Lyon se centró en la Champions -y aún asi les llegó para ser segundos en la Ligue 1-, alcanzaron las semifinales por primera vez en su historia, Pjanic jugó cincuenta partidos, marcó una decena de goles, repartió otras tantas asistencias y se convirtió en realidad.

Pero el destino, caprichoso como de costumbre, tenía otros planes para él. En un movimiento que parecía más un golpe sobre la mesa que un traspaso analizado friamente, Gourcuff cambió el Garona por el Ródano y el Saona, o lo que es lo mismo, el Burdeos por el Lyon y Pjanic se encontró al enemigo en su propia casa. Aquél con el que un año atrás había combatido por la hegemonía francesa era ahora su compañero. El de Zvornik, que había sido titular en los tres primeros encuentros de la Ligue 1 -hasta que llegó Gourcuff-, se vio relegado al banquillo. Puel apostó por el ex del Burdeos, el jugador que abandera la nueva Francia de Blanc, la joya de la corona nacional. Y desde entonces, con diez jornadas ya disputadas, el bosnio no ha recuperado su sitio. Siete son los encuentros que ha visto iniciarse desde la caseta y en los que ha disputado ciento treinta y ocho minutos, poco más de un partido y medio, cuando en las tres fechas iniciales había participado en doscientos cuarenta y tres. Él, que junto a Lloris y Lisandro fue la referencia del equipo más potente de Francia la temporada en la que llegaron a las semifinales de la Champions, asume que su rol ha cambiado, que, por el momento, ha perdido la batalla con Gourcuff. Por segunda vez.

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